jueves, 4 de diciembre de 2014

¡Seguimos en Budapest!


El segundo día en Budapest lo dedicamos al Distrito del Castillo: Iglesia de Matías, Bastión de los Pescadores, Palacio Real...

Por la mañana nos acompañó la lluvia hasta la iglesia de Matías, por lo que no pudimos detenernos mucho en ver lo que nos rodeaba por el camino.

La iglesia es preciosa, no le falta detalle. No es un edificio aterrador como tantos otros sino lleno de color y acogedor. Las paredes están todas pintadas en tonos verdes, azules, rojos y dorados. Las vidrieras de los laterales todas tienen los mismos dibujos que representan diferentes escenas de la vida de Jesucristo.

En estos días, algunas de sus capillas se encuentran en fase de restauración, no obstante, nosotros pedimos ver la Virgen Barroca y nos indicaron por donde ir sin entorpecer el trabajo de los operarios.
Según nos contaba la guía que utilizamos (El País Aguilar). Esa Virgen, emparedada durante la ocupación turca para su protección, apareció a la vista durante un bombardeo y aquello supuso, para los turcos, un mal augurio y propició el final de la ocupación.


Y lloviendo como estaba, al entrar no nos dimos cuenta de cuanto nos rodeaba pero, qué bonito fue salir y ver el Bastión de los pescadores ante nosotros.


El Bastión, con sus blancas murallas y torreones puntiagudos, da la sensación de abrazar la iglesia de plaza a plaza. Hay dos cafeterías en este monumento. Una en una de las torres (no demasiado cómoda) y otra en la parte inferior, donde puedes disfrutar de unas buenas vistas. Pero es cierto que pagas el lujo de sentarte allí.
No obstante, si lo que aprieta es la vejiga, en la parte inferior del Hotel Hilton, hay unos aseos públicos por el módico precio de 50 HUF (0,16 euros aprox.) y los hay por todas partes.

Ante la fachada principal de la Iglesia de Matías, en la plaza, se alza el monumento de la Santísima Trinidad, esculpida por los supervivientes a la epidemia de peste del siglo XVIII. 



Tras ella se encuentra el edificio del antiguo Ayuntamiento de Buda.

De allí, nos dispusimos a buscar el laberinto y caminando (en dirección contraria) guiados por las casas que hacían cada calle especial, llegamos a los restos de lo que en su día fue la Iglesia de Santa María Magdalena, la iglesia de los Húngaros, ya que a la de Matías solo podían asistir los alemanes. La iglesia fue destruida durante la Segunda Guerra Mundial y de ella solo queda... esto.




Volviendo a la búsqueda del laberinto paramos a tomar un café. Entramos en una cafetería en la primera planta de una tienda de alimentos. Tomamos unos cafés - de capricho- y unos pasteles tradicionales deliciosos por cuatro duros. Fue todo un hallazgo. Y ya con el estómago lleno (y siguiendo en busca del laberinto) encontramos  a una pareja que nos aconsejaron visitar el Hospital de la Roca.

Y allá que fuimos. Durante una visita guiada de una hora (en inglés y húngaro) fuimos más conscientes aún de los estragos causados por las guerras en Hungría. El hospital de la Roca se construyó en unas cavidades subterráneas  y fue ampliándose según las necesidades. En la Segunda Guerra Mundial y durante la ocupación Rusa el Hospital (que tenía 200 camas) albergó a más de 600 personas y muchísimos voluntarios ( recordados en el lugar como verdaderos héroes) acudieron a colaborar conociendo la posibilidad de no salir nunca de allí a causa de las condiciones insalubres. Actualmente también muestra cómo actuar en caso de ataque nuclear. 

La verdad es que la visita resultó muy instructiva a la par que entretenida. No obstante no es apta para personas claustrofóbicas, o con dificultades respiratorias. No os puedo enseñar nada -estaba prohibido disparar fotos- así que, tendréis que visitarlo y valorar por vosotros mismos.

Al salir, encontramos (POR FIN) el Laberinto. Pero lo dejamos para cuando anocheciera (prontísimo en Noviembre) y así aprovechamos mejor la "luz" del día. Mientras, fuimos hasta el Castillo de Buda dando un paseo.  Por el camino nos cruzamos con el Palacio de Sandor,  residencia oficial del presidente de la República y, al pasarlo, llegamos a la puerta que lleva a la enorme escalinata que conduce al Castillo.







Las vistas des de la terraza del Castillo son preciosas. Desde los distintos puntos puedes ver lo mejor de la otra orilla del río. Además, el Palacio Real en sí, ya es merecedor de una visita. 
En la parte posterior del edificio se encuentra la fuente de Matías y, muy cerca, un puesto de Kürtöskalàcs, un dulce típico de los países de la zona. Consiste en un cono de tiras de bollo enrolladas con sabor a canela, limón... cubierto con variedad de ingredientes. Recién hechos están de vicio. 


Vistas des de la escalinata. En la foto se puede ver el Puente de las Cadenas; al final, el Palacio Gresham (Four Seasons Hotel); y, al fondo, la Catedral de San Esteban.



Y aquí, la fuente de Matías. Esta fuente muestra una escena de caza durante la cual
 una pastora se enamoró del Rey.


Tras este bombardeo de cosas bonitas, ya de noche oscura, fuimos a visitar el Laberinto... Muy recomendable si quieres pasar un buen rato de risas. Nos adentramos (con un poco de miedo) en la parte oscura, de hecho encendimos un teléfono para tener un poco de luz. Pero, enseguida nos riñeron unas señoras que querían atravesar la cueva a oscuras y ¡menos mal que les hicimos caso! Nos encantó, la experiencia merece la pena. 

Y, para poner la guinda a un día tan estupendo, esa noche fuimos a cenar al For Sale (en frente del mercado). Un local muy curioso, con las paredes llenas de papeles colgando - fotos, documentos caducados, dibujos, dedicatorias...-, música en directo y fuentes enormes de cacahuetes en cada mesa (en nuestro caso fue una cesta). Las raciones son grandiosas y las cervezas también. Nosotros, al ser tan bestias, pedimos también varios platos para el centro y postres y sobró demasiado. Los trabajadores muy amables, el ambiente curiosamente acogedor y la comida buena. Ahora sí, absténganse escrupulosos ya que las costras de los cacahuetes se tienen que tirar al suelo!



Feliz Puente,

Tusk.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Desde Budapest con muchas ganas de empezar.


Al fin la espera ha dado sus frutos y puedo escribir las líneas que dan comienzo a este nuevo proyecto que con tanta ilusión preparaba. Mi pequeño cuaderno de viajes: From Tusk With Love.

Esta semana he llegado de mi viaje post verano a Budapest y Praga dos ciudades de las que se podría pensar que son muy parecidas pero que poco tienen que ver la una con la otra. 

La experiencia empezó el lunes 17 de noviembre. Salimos  del aeropuerto de Barcelona y volamos con Wizz Air, una compañía Húngara low cost de la que no tenemos queja alguna, todo perfecto. En poco más de dos horas nos plantamos en el aeropuerto de Budapest donde ya nos esperaba la furgoneta que siempre contratamos para los desplazamientos desde/ a aeropuertos a/desde el hotel. Eramos 8 personas con 8 maletones en una furgoneta para 8 con maletero para 8 maletitas... os podéis imaginar cómo fue el trayecto... de todo menos cómodo. No obstante nos sirvió de nota mental: contratar siempre (por si las moscas) una furgoneta con un par de plazas más de las que realmente se van a ocupar con personas.

Las calles, cada vez más repletas de edificios señoriales, nos indicaron que poco faltaba para llegar a nuestro destino. ¡Qué lástima que sea tan costoso lavar la cara a todas las fachadas! No quiero ni imaginarme lo espectaculares que serían, también, las afueras de Pest con todo bien conservado.



Llegamos al Atrium Fashion Hotel, nuestra casa durante 4 noches . ¿Qué puedo decir del hotel? Me sorprendió nada más entrar. Al pasar la recepción llegas a un patio de luces blanco inmaculado con detalles en verde pistacho y turquesa. Ese patio sirve de distribuidor de habitaciones, como si de un patio andaluz se tratara, por pasillos nieve con barandillas de forja plateada...Una combinación chulísima de modernidad minimal y estilo clásico. En el patio está el comedor con un buffet de desayuno bastante variado.




Tras instalarnos fuimos en metro hasta Kálvin Ter, donde se encuentra la iglesia Calvinista. Nosotros no la visitamos... ¡no hay tiempo para todo!. De allí fuimos hasta el mercado, un lugar totalmente enfocado al visitante con puestos de venta de fruta y verdura, embutidos, carnes, lácteos y dulces. No lo recorrí todo y no se si venden también pescado pero yo no lo vi. La paprika, como ingrediente básico en la cocina húngara, colgaba en todas partes. Los puestos son prácticamente clones los unos de los otros pero dan al lugar colorido y lo hacen agradable para un paseo.





En la parte superior hay bares restaurante y puestos de comida. Llegamos con tanta hambre que lo más grasiento que vimos fue lo que nos llamó la atención: un pincho extra largo de frankfurt cubierto de queso fundido y gratinado y enrollado con bacon crujiente... con una cerveza suave de las autóctonas nos supo a gloria. No obstante hay que tener en cuenta la picaresca. Pedí la nota  (por que eramos muchos y el proceso de pedido había sido un tanto desordenado) y vi que no estaba reflejado por precios distintos ni platos, era una cuenta con el precio final. Así que por ocho cervezas un bocadillo (enorme, eso si), 6 pinchos y una "mini ensalada" griega pagamos 82 euros (9 euros por persona). Aconsejo que preguntéis los precios antes de pedir para evitar sorpresas o saber a ciencia cierta si os han cobrado de más o no.

En la primera planta, también hay tiendas de recuerdos, huevos de madera pintados, adornos de navidad, bolsos y guantes de cuero, blusas y chaquetas bordadas de flores y manteles de ganchillo bordados. Hay maravillas y los precios no son demasiado altos. Además casi todos los comerciantes te ayudan con la moneda explicándote lo que te dan al devolverte el cambio. También puedes pagar con euro pero atento al cambio que te hacen ya que puede no beneficiarte en absoluto.




Con el estómago lleno y habiendo tanteado el terreno para las compras del último día fuimos dando un paseo de reconocimiento por la orilla del río, des de el puente de la libertad (para mí, el más bonito de los que comunican el lado de Pest con Buda) hasta el Puente de Isabel y de allí, cuando ya empezaba a oscurecer, paseamos hasta llegar al famoso Puente de las Cadenas. 




Al encenderse las luces de la ciudad todo fue mucho más elegante y majestuoso.  Budapest puede presumir de muchas cosas y la iluminación es, sin duda, una de ellas. Cada edificio histórico, cada monumento, iglesia, puente... está iluminado por cañones de luz des de cada uno de sus ángulos. La panorámica de la ciudad al atardecer es espectacular. 



Vista del puente de la Libertad desde uno de los muelles del Danubio.
Al fondo se ve en Hotel Balneario Gellert.
Puente de Isabel y estatua de San Gellert
Vistas del Palacio Real

El famoso Puente de las Cadenas que unió las ciudades de Buda y Pest, custodiado por leones.
Cuenta la leyenda que finalizadas las esculturas el artista vio horrorizado que había olvidado las lenguas y, no pudiendo soportar su error, se arrojó al Danubio.
Ante el Puente de las Cadenas luce el Palacio Gresham, edificio que alberga el Four Seasons en Budapest.

Mientras esperábamos  la hora de la cena por el Danubio que teníamos contratada, tomamos unas cervezas en un bar de la Calle Zrínyi no sin antes deleitarnos con la vista de la Basílica de San Esteban mientras avanzábamos por la misma. 




A las 18.00 llegamos al Palacio Danubio, donde nos esperaba el guía hacia el barco (desde la web se pueden contratar distintas actividades). El crucero duró una hora y media, se hizo muy corto teniendo en cuenta que cenábamos ahí. Ni siquiera hubo tiempo para subir a cubierta para hacer cuatro fotos. La cena no estuvo mal. Era Self Service, con platos de la cocina tradicional Húngara. Siendo nuestro primer día en la ciudad, nos brindó la oportunidad de degustar los platos y decidir cuales pediríamos otro día y cuales no. Ahora sí, de todas las veces que he pedido Goulash, ninguno como aquella sopa. Muy bueno. De todas formas, no recomiendo este crucero cena. 

Tras la agradable cena, amenizada por un cuarteto de cuerda (no demasiado inspirado), volvimos a nuestra habitación y descansamos para el día siguiente. ¡Cuantísimas cosas quedaban por ver! ¡Cuantísimas cosas me quedan por contar!


¿Os lo vais a perder?






Tusk.