Por la mañana nos acompañó la lluvia hasta la iglesia de Matías, por lo que no pudimos detenernos mucho en ver lo que nos rodeaba por el camino.
La iglesia es preciosa, no le falta detalle. No es un edificio aterrador como tantos otros sino lleno de color y acogedor. Las paredes están todas pintadas en tonos verdes, azules, rojos y dorados. Las vidrieras de los laterales todas tienen los mismos dibujos que representan diferentes escenas de la vida de Jesucristo.
En estos días, algunas de sus capillas se encuentran en fase de restauración, no obstante, nosotros pedimos ver la Virgen Barroca y nos indicaron por donde ir sin entorpecer el trabajo de los operarios.
Según nos contaba la guía que utilizamos (El País Aguilar). Esa Virgen, emparedada durante la ocupación turca para su protección, apareció a la vista durante un bombardeo y aquello supuso, para los turcos, un mal augurio y propició el final de la ocupación.
Y lloviendo como estaba, al entrar no nos dimos cuenta de cuanto nos rodeaba pero, qué bonito fue salir y ver el Bastión de los pescadores ante nosotros.
No obstante, si lo que aprieta es la vejiga, en la parte inferior del Hotel Hilton, hay unos aseos públicos por el módico precio de 50 HUF (0,16 euros aprox.) y los hay por todas partes.
Ante la fachada
principal de la Iglesia de Matías, en la plaza, se alza el monumento de la
Santísima Trinidad, esculpida por los supervivientes a la epidemia de peste del
siglo XVIII.
Tras ella se encuentra el edificio del antiguo Ayuntamiento de Buda.
De allí, nos
dispusimos a buscar el laberinto y caminando (en dirección contraria) guiados
por las casas que hacían cada calle especial, llegamos a los restos de lo que
en su día fue la Iglesia de Santa María Magdalena, la iglesia de los Húngaros,
ya que a la de Matías solo podían asistir los alemanes. La iglesia fue
destruida durante la Segunda Guerra Mundial y de ella solo queda... esto.
Volviendo a la
búsqueda del laberinto paramos a tomar un café. Entramos en una cafetería en la
primera planta de una tienda de alimentos. Tomamos unos cafés - de capricho- y
unos pasteles tradicionales deliciosos por cuatro duros. Fue todo un hallazgo.
Y ya con el estómago lleno (y siguiendo en busca del laberinto) encontramos a una pareja que nos aconsejaron visitar el
Hospital de la Roca.
La verdad es que la visita resultó muy instructiva a la par que entretenida. No obstante no es apta para personas claustrofóbicas, o con dificultades respiratorias. No os puedo enseñar nada -estaba prohibido disparar fotos- así que, tendréis que visitarlo y valorar por vosotros mismos.
Al salir, encontramos (POR FIN) el Laberinto. Pero lo dejamos para cuando anocheciera (prontísimo en Noviembre) y así aprovechamos mejor la "luz" del día. Mientras, fuimos hasta el Castillo de Buda dando un paseo. Por el camino nos cruzamos con el Palacio de Sandor, residencia oficial del presidente de la República y, al pasarlo, llegamos a la puerta que lleva a la enorme escalinata que conduce al Castillo.
Las vistas des de la terraza del Castillo son preciosas. Desde los distintos puntos puedes ver lo mejor de la otra orilla del río. Además, el Palacio Real en sí, ya es merecedor de una visita.
En la parte posterior del edificio se encuentra la fuente de Matías y, muy cerca, un puesto de Kürtöskalàcs, un dulce típico de los países de la zona. Consiste en un cono de tiras de bollo enrolladas con sabor a canela, limón... cubierto con variedad de ingredientes. Recién hechos están de vicio.
Vistas des de la escalinata. En la foto se puede ver el Puente de las Cadenas; al final, el Palacio Gresham (Four Seasons Hotel); y, al fondo, la Catedral de San Esteban. |
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